Malas Noticias
Las Computadoras son las nuevas Bibliotecas.
Hasta que nos entendamos por dentro.
El internet ¿qué viene siendo? ¿la fuente de información?
O ¿la información somos nosotros?
Los clientes del negocio se quejan del volúmendelrock.
Malas Noticias
Las Computadoras son las nuevas Bibliotecas.
Hasta que nos entendamos por dentro.
El internet ¿qué viene siendo? ¿la fuente de información?
O ¿la información somos nosotros?
Los clientes del negocio se quejan del volúmendelrock.
Salí del instituto y me vi en una estación de metro espaciosa, no la conocía. Los postes y barandas que la decoraban eran color naranja, tenía múltiples pisos tanto hacia arriba como hacia abajo y bastante espacio hacia el exterior, es decir, era como el panal del metro-tren.
Entonces, la entrada al vagón se realizaba en el piso de abajo, y en el de arriba (donde yo estaba) no colocaron ninguna reja para proteger a las personas de los bordes, sin embargo estaba la franja amarilla y el precipicio abajo.
La crucé, me resbalé y casi me caigo (hubiese muerto), quedé sujetado de las manos al filo cuando llegó uno de esos tipos del metro con camisa azul y me extendió la mano para poder subir.
Recuerdo que el clima estaba de a ratos nublado, de a ratos soleado. Provocaba tomar demasiadas fotos y todas hubiesen quedado excelentes. No tenía la cámara, frustración.
Bajé al piso inferior y llegó por fin el vagón-tren.
Un viejo manejaba el asunto (el vagón, pues) mientras los pasajeros saludaban a quienes vinieron especialmente a recibirlos.
Una chica muy bella, catira ella, apenas corroboró que las ventanas (todas al mismo tiempo lo hacían, programadas por el operador/chofer) se abrieran -deslizándose en X-, sacó la cabeza para despedirse de su marido/consorte pero el operador cometió un error -o la máquina-, las ventanas volvieron a cerrarse, ella no guardó su cabeza a tiempo. Pánico y terror. CHOFÉR!!!!!!!!- alcancé a gritar a todo pulmón golpeando con fuerza su ventana, volteé y a la pobre le estaban empujando el cuello los cristales. Todos miraban, nadie sabía qué hacer, nadie hacia nada. Argentina, era, aunque parecía europea. De esas mujeres que uno confía, nunca van a morir.
Corrí todo lo que pude, recuerdo que alguien dijo ¡corre rápido! y -de paso- no tenía pantalones. La gente del puesto de Rescarven se tardó en entender mis gritos -y grité hasta con las uñas-. Ahora entiendo lo de los gritos mudos de los sueños, quizá simplemente sea que estamos tan abstraídos que el audio se nos va.
Llegamos y ella estaba en el piso, acostada boca arriba, la rodeaban paramédicos y el (no tan infortunado como ella) chofer. su nombre me aparecía en la pantalla en un color morado.
No siempre los sueños terminan bien.